Sobre corderos y tertulias

Fiestas del Eid al adja: Cuarta Parte

Al día siguiente, Rim vuelve a llamarme por teléfono. No quiere que me pierda la ceremonia del sacrificio del cordero. Salgo corriendo de casa sin haber comido. El lugar donde me lleva está limítrofe a las fronteras de la ciudad, en la misma carretera que nos llevó a Telvisa el día anterior.

 

En cuanto llego al recinto, el olor de la carne es muy palpable. Un grupo de ovejas está arrinconada en un recinto vallado, en el mismo recinto donde ya han degollado a varias ovejas antes de nuestra llegada. El rito del sacrificio es sagrado y se realiza en un lugar especialmente hecho para la ocasión. Debe hacerse con un procedimiento habitual: la oveja ha de morir desangrada con un corte profundo en su yugular después de que por un altavoz alguien pronuncia las palabras Alá es grande,Alá es grande, en el nombre de Dios, el misericordioso, el compasivo que dan inicio al rito.

Lo que presencié fué exactamente eso: a las ovejas las tumbaron boca arriba mientras un hombre estiraba sus cuellos para acometer el corte limpio, que las mata en segundos. La sangre fluye hacia el lado derecho, donde varias personas más lo limpian con mangeras de agua. Las ovejas en sí casi no se mueven, aunque alguna patalea dévilmente.

Luego, las ovejas sin vida son colgadas en unos ganchos, donde les quitan la piel y los destripan. La carne de estas ovejas está destinada a los más pobres, tal y como dicta la religión. Un señor nos acompaña de vuelta al coche con una bolsa con los trozos de carne. La directora Rim entrega la bolsa a un hombre minutos después, en un lugar a las fueras de Homs. El hombre agradecido nos despide afectuosamente.

De vuelta a Homs, Rim me pregunta en qué periódico escribiré lo que acabo de ver y yo le contesto que de momento soy freelance. Me explica con detalle la ceremonia del cordero que acabamos de presenciar y me pregunta qué tipo de fiestas solemos hacer en España. Una pregunta lleva a la otra y al final confieso que en Navidad tomamos champán con las uvas (por precaución, omito comentar esa cervecita que tomo los fines de semana).

Luego, me lleva a mi destino, a la casa de mi tío Naím donde he sido invitada al almuerzo. A mi llegada, encuentro lo que me espera para comer: tripas de cordero cocinadas con yogur, arroz y pan frito. El plato se llama Fati biyuqat. También hay en la mesa mlujia, un tipo de espinacas cocinadas con pollo.

Sintiéndolo mucho, les digo que después de lo que acabo de presenciar, me contentaré con un poco de makluba (véanse posts anteriores), anque también tenga cordero. Cuando terminamos de comer, nos sentamos en el amplio salón de mi tío Naim. Es cómodo y cálido  y sus dimensiones ocupan dos habitaciones, como todo salón típico que se precie. Cuando somos demasiados, dividimos una zona para hombres y otra para mujeres.

He llegado a la conclusión de que se hace así básicamente por comodidad. Si hay una fiesta, las mujeres pueden quitarse el velo sin ser vistas por los hombres que se quedarán al otro lado del salón. En esos casos, suele utilizarse la puerta corredera que aisla ambos extremos.  En el caso de las familias cristianas, he podido comprobar que el salón es exactamente igual, tan sólo que en las fiestas todos se sientan juntos y las puertas se quedan abiertas.

Los hombres se trasladan al otro salón para hablar de sus asuntos y nosotras nos quedamos donde estamos. Viene más gente y nos movemos de un sillón a otro para dejar espacio. En un momento, nos hemos reunido un par de primas jóvenes, mi tía y yo.

La variedad de circunstancias en sus vidas son variopintas. Una de ellas por ejemplo, Lama, acaba de terminar sus estudios de filología inglesa en la universidad. Es la menor de sus hermanas. Todas están casadas y tienen hijos. Una es farmacéutica. Otra ingeniera. Ella de momento trabaja como profesora enseñando inglés a niños pequeños y los fines de semana asiste a clases en Latakia.

Otra en cambio, Nada, es ama de casa. Se casó joven y tuvo tres hijos. Gazal, otra de las primas presentes, dejó de estudiar y se casó. Ahora está divorciada y tiene dos hijos. Acaba de sacarse el graduado escolar y planea ir a la universidad.

Mi prima Mariam es la hermana ingeniera de Lama y ha venido desde Arabia Saudí de visita. Lamentablemente la veo poco y es una pena porque me encanta estar con ella. Si pudiera relacionar a Mariam con un personaje conocido, ese sería Rachel de Friends. Sus movimientos y su forma de hablar la caracterizan. No puedo parar de reirme cuando la veo esconderse detrás de la pared del salón para que su marido no la vea fumar. Su marido no quiere que fume pero sabe que lo hace. Parecen dos niños que juegan al perro y el gato.

No confabulamos sobre el fin del mundo, sólo charlamos de las cosas cotidianas. Mariam siempre se interesa en saber que tal me va (es decir, cómo sigo viva) y muestra un caracter predispuesto al diálogo. Gazal es divertida y se rie estruondosamente, aunque a veces tiene la mirada perdida. Nada parece no expresar ninguna emoción, pero es amable y de mirada cálida. Lama en cambio parece estar siempre en activo, vestida impecable y sobre unos tacones de vértigo.

Con esos tacones me llevó de vuelta a mi casa. Yo no podía parar de mirarlos mientras nos dirigíamos al coche. Sólo pensaba: Me va a llevar con eso? Y luego dirán que en Madrid soy un peligro al volante. Eso sí, Lama condujo con arrojo, casi tan bien como Rim.

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Por la parte de Rim

Fiestas del Eid al adja: Tercera Parte

Por si alguien no lo sabe todavía, la fiesta musulmana eid al adja es también conocida por la fiesta del cordero, momento en el cual los musulmanes pueden hacer la peregrinación a la Meca,  siendo este el motivo principal de las fiestas.  El jueves visité las instalaciones de la Asociación de servicios sociales (con carácter religioso) de la ciudad de Homs y en especial “La casa de la ayuda para la custodia de los ancianos”. Gracias a una llamada de la directora -la señorita Rim-  del colegio Falaj donde estudio árabe, conseguí colarme entre un grupo de alumnas en una excursión al centro.

Durante el trayecto en coche hacia su sede en Telvisa,  me sorprende el cambio de paisaje entre la ciudad desde donde partimos hacia sus pueblos colindantes. El ambiente rural que nos rodea se nutre de pastoras que cubren sus cabezas con la típica cofia, de niños despreocupados que juegan en los soportales de casas muy separadas entre sí y gran cantidad de huertos que salpican el panorama.

Rim es toda una profesional al volante. No duda en pitar al que se cruce por delante y acelera a la mínima oportunidad que tiene de adelantar. Nos acompaña su sobrina y una compañera a la que acabo de conocer. Al entrar al centro, el grupo de alumnas que llegaron en autobús nos espera impaciente. Reciben a Rim calurosamente. Todas quieren saludarla. Sin darnos cuenta, las jóvenes nos rodean y me miran con curiosidad. Rim se encarga de presentarme a sus alumnas y de permanecer atenta a mí en todo momento para que no me pierda entre la marea humana.

Durante la visita a La casa de la ayuda, Rim nos explica la función de cada una de sus partes. El recinto está formado por un parque para niños, una fuente y una entrada grande al edificio principal.  La planta de abajo es para los hombres y la de arriba para las mujeres. Es difícil entender el dialecto pero intenta introducir palabras en árabe oficial especialmente para que yo la entienda mejor.

Dentro se encuentra una sala de recepción con sillas, el  comedor y la cocina, la sala para orar, una habitación con juegos de entretenimiento (el mikado, arcilla para amasar, telas para bordar) las habitaciones de los internos, una sala para la consulta del médico, otra para la farmacia (la organización dona medicamentos a los residentes, en su mayoría pobres). Me sorprende encontrar una biblioteca que no tiene libros. Rim me explica que es de nueva construcción.

La excursión pasa también por visitar a los residentes. Recorremos uno tras otro los dos pasillos que separan a las personas que pueden permitirse pagar algo por el alojamiento y a las que son más necesitadas y no pagan nada. No hay mucha diferencia entre unas habitaciones y otras. Saludamos por ejemplo a un hombre palestino bien entrado en años que nos recibe en su cama pero con una gran sonrisa. Rim conoce a todos los residentes y los trata con mucho cariño y dedicación. Las alumnas se ríen entre ellas como colegialas que son, pero también saludan al anciano con gran respeto y le felicitan las fiestas.

Cuando llegamos al piso de arriba, las alumnas se animan y empiezan a cantar canciones típicas de las fiestas. Se reúnen todas en un recibidor donde hay ancianas en sillas de ruedas y empiezan a tocar las panderetas como hacemos en España por Navidad. Las residentes sonríen ante tanta atención. El salón está decorado con motivos festivos y las trabajadoras también están reunidas en torno a ellas.

Las alumnas visten de formas muy distintas. Las hay con hiyab y las hay sin hiyab (el velo islámico). Las hay con vestimenta más moderna o con gabardinas largas que cubren casi todo el cuerpo. Las trabajadoras suelen llevar gabardinas negras o azul marino y el velo blanco, aunque la directora del centro lo lleva negro.

La visita termina con otra canción en el parque, un momento que inmortalizo con esta foto de las protagonistas con el anochecer al fondo. Las chicas ponen rumbo a la ciudad con un capuchino que compran en un puesto colocado dentro del recinto y que regentan las trabajadoras del centro. Mientras tanto, la directora se ha ido a rezar y yo me quedo esperándola con su amiga Nura, que vive en el mismo pueblo donde se ubica el centro.

Mientras charlamos, una filipina que trabaja interna en el centro se sienta a nuestro lado. No habla árabe pero intentamos hacernos entender. Mi compañera Nura la pregunta si es felíz en “La casa de la ayuda” y ella contesta que no. Nura y yo dudamos de su respuesta: no sabemos si lo ha dicho sinceramente o es que no entiende nada. Se lo vuelve a preguntar y ella vuelve a decir que no con la cabeza. Para que Nura  no se sienta cohibida por la situación, pregunto a la filipina que de donde es para cambiar de tema. Ella contesta con breves palabras y en unos segundos vuelve a marcharse.

La oportunidad es propicia. Qué opinas de estas chicas que trabajan aquí? –Pregunto a Nura. Ella me responde- Vienen de sus países de origen para trabajar. Es mejor que estén aquí a que trabajen en la calle. Si hay que elegir, es mejor esta opción.

Rim regresa a los diez minutos, cuando ya ha oscurecido. Nos lleva de vuelta a la ciudad. No puedo más que admirarla. Su destreza al volante supera todas mis expectativas. Es capaz de conducir de noche alrededor de pueblos cuyas carreteras no tienen casi alumbramiento. Esquiva los badenes girando el coche hacia un lado para que tan sólo lo crucen dos ruedas del vehículo (algo por otro lado muy habitual en Siria). No tiene reparos en conducir hablando por el móvil ante mi cara de terror.

Cuando llegamos a mi barrio, le doy las gracias por la visita y la felicito por la conducción, a lo que bromea diciendo: Debería conducir en el Dakar, ma jek?. Estoy entusiasmada por el día de hoy y me acuesto pensando que pese a toda circunstancia, las personas como Rim siguen marcando la diferencia.

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Por la parte de Basir

Fiestas del Eid al adja: Segunda Parte

El segundo día de las fiestas me levanté temprano porque mi tío Ajmad vino a buscarme para visitar al tío Naim. Volví a casa hacia la hora de comer y almorcé con Esperanza. Mientras charlamos en la cocina, hablamos de las diferencias entre su familia (cristiana) y la mía (musulmana). No encontramos muchas diferencias salvo ciertos detalles como que por ejemplo, los musulmanes utilizan alhamdulilah (gracias a dios) cuando responden a un saludo y los cristianos se limitan a decir mnj o mnja (bien).

Nos reímos mucho cuando Esperanza me cuenta que su tío le busca un marido. Es que no entienden que estoy aquí para estudiar árabe y que si quisiera marido lo hubiese dicho?». Ella debía quedarse a dormir aquella noche con su familia y yo en casa de mi prima Lara. Hacia la oración del magreb, es decir, cuando el sol se pone, Esperanza se va con su familia y yo veo la oportunidad de ponerme a estudiar un poco. Pero nada mas coger el bolígrafo, me llaman por teléfono. Es mi primo Basir. No puedo negarme. En media hora viene a buscarme para llevarme a su casa (muy cerca de la mía)a pie.

Durante el trayecto, mi primo me enseña la última casa donde vivieron mis abuelos, aquella donde vivió mi padre los dos últimos años antes de marcharse a España. Me hace mucha ilusión acercarme tanto a mis orígenes y entender las historias que me cuentan. También nos encontramos con un grupo de niños jugando en un parque cercano y un camello traído especialmente para las fiestas.

Al llegar a casa de Basir, nos visita una de sus hermanas. Tomamos café o té y unos dulces como muestra la foto siguiente (los dos dulces son m3mul, uno con frutos secos y otro relleno de dátiles).

Mas tarde se presentan los hermanos de su mujer, personas que no me conocen y que se sorprenden mucho cuando digo «tasarrafna» (encantada). Más me sorprendo yo cuando el marido de una de ellas me dice directamente: «Estas aquí en Siria para buscar marido?» Yo no se si echarme a reír o a llorar o las dos cosas a la vez. Yo le digo: la, la. Lidirasa al lugata al3rabia. Pero él no parece muy convencido. Para zanjar la cuestión termino diciendo: mumken, mumken, inshalla (puede, si dios quiere).

La situación es un poco delirante cuando mas tarde, mientras charlamos, él empieza a reírse y lo miro sin entender nada. Hace gestos raros mirando a su mujer, estirando los brazos como diciéndome que está muy gorda y riéndose ante mi cara anonadada. La familia me dice que le gusta hacer bromas sobre su mujer y yo empiezo a entender. Su mujer lo mira seriamente pero luego también empieza a reírse.

Ahora te voy a llevar a ver a mi otra hermana, te apetece? Claro, claro, contesto a Basir. Ya estoy un poco cansada pero sé que va a merecer la pena. Nos dirigimos andando hacia la casa de mi prima y la mujer de Basir, que me ha cogido mucho cariño, me coge del brazo mientras caminamos. Solo entonces me doy cuenta que se ha tapado la cara hasta la nariz. No hubo nadie en la calle que no se parara para observar la atípica pareja que formábamos, pero yo me sentía acogida y entre familia.

Cuando llegamos a nuestro destino, un grupo de niños nos recibe. No pasa mucho tiempo hasta que todos me rodean mientras mi prima, que es profesora de árabe y directora de un instituto, me enseña la letra de una canción de Fairuz. Yo estoy encantada por ser el centro de atención pero estoy tan cansada que me cuesta concentrarme en lo que dicen y sobre todo, en comer cuando me lo piden. Después de haber pasado por dos casas, mi estómago no puede más. Me ofrecieron el plato que adjunto a continuación. El que está encima es el barAziq y el más grande se llama qras y está relleno también de dátil.

Cuando salimos a medianoche, mi primo Basir me dice que solo falta visitar una casa más. Es la casa de otra hermana de su mujer, donde también está su suegra. Descubro que su cuñada Sara conoce a mi prima Zena, que es la hija de mi tío Naim. Por un momento, siento que las visitas de hoy han sido rotatorias, como si me hubiese montado en un carrusel que no haya hecho mas que girar y girar. O eso o que me estoy volviendo muy siria. Temo que después de conocer a tanta gente comience yo también a preguntar «Y que apellido tiene? Ah, ya se, de la familia de fulanito….»

Sara ha perdido a su marido recientemente en un accidente de trabajo pero su sonrisa es contagiosa y sus bromas hacen reir a toda la familia. Me enseña la foto del difunto junto a sus dos hijos pequeños. Pero nada en ella parece inmutarse. Antes de irme hago una foto a los pequeños (que tienen unos ojos azules preciosos.) con Basir. El más pequeño mira con cara seria a la cámara hasta que su madre le dice: Sonrie! Entonces, el niño me muestra una sonrisa deslumbrante.

Ya en casa de mi prima Lara (que me acoge como a una hija),  pienso en la fortaleza de los árabes y en sus bromas. Hoy deseo ser un poco más siria.

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Por la parte de mi tío Ajmad

Fiestas del Eid al adja: Primera Parte

“Pero a la edad (…) en la que nos contentamos con estar enamorados por el placer de estarlo sin exigir demasiada reciprocidad, ese acercamiento de los corazones, aunque ya no sea como en la primera juventud la meta a la que tiende necesariamente el amor, sigue unido sin embargo a él por una asociación de ideas tan fuerte que, si lo precede, puede convertirse en su causa. Tiempo atrás, uno soñaba con poseer el corazón de una mujer de la que estaba enamorado; mas tarde, sentir que poseemos el corazón de una mujer puede bastar para enamorarnos de ella”

 -Por la parte de Swan, A la busca del tiempo perdido. Marcel Proust-

El primer día de las fiestas del Eid al adja fui invitada a comer en casa de mi tío Ajmad. Siempre suelo bajar a una tienda de dulces cerca de casa para comprar pasteles minutos antes de que vengan a buscarme. Cuando mi tío llega con el coche, me hace una llamada perdida.

Quien viene a buscarme esta vez es mi primo. Al principio lo confundo con el primo que vive en Dubai, pero resulta ser su hermano, que esta haciendo el servicio militar y tiene ahora unos días libres. La conversación en el coche no es muy fluida: él porque hace mucho que no me ve y cree que sigo sin hablar árabe y yo que no se cómo romper el hielo.

Quiza meto la pata preguntándole que tal el servicio militar, porque por la cara que pone no ha debido ser una pregunta muy inteligente. La llamada a la oración me da una tregua. Durante las fiestas suelen cantar “Alahu akbar”, una melodía diferente a la que estamos acostumbrados el resto de los días.

 Cruzamos el centro de Homs y nos adentramos en su casco antiguo, en el barrio donde vivían mis abuelos. La casa de mi tío Ajmad está ubicada en el mismo barrio, un laberinto de calles estrechas donde uno puede perderse fácilmente. Hay que ser un conductor experimentado para circular entre sus calles. El asfalto suele estar lleno de baches, los coches suelen aparcar en lugares donde no deben y si las normas de circulación normalmente se ignoran en el resto de Homs, aquí simplemente no existen.

Cuando el coche por fin -con un giro brusco- entra en la calle donde vive mi tío, suelen recibirnos las miradas curiosas de unos niños que juegan con sus pistolas de juguete. Yo subo a casa mientras mi primo se va a buscar sitio para aparcar. Cuando llego me recibe mi tío en la puerta. Han colocado unas alfombras en el suelo y debo quitarme los zapatos para no mancharlas. Me prestan unas zapatillas de estar por casa calentitas. En pocos minutos, ya me siento como en casa.

Mi prima empieza a poner los platos en la mesa mientras mi tío abre una botella de agua que ha comprado especialmente para mi porque sabe que solo bebo agua embotellada. A continuación, colocan una ensalada, bami (un plato de verdura con carne y salsa de tomate), arroz blanco, hojas de parra enrolladas y rellenas de arroz y un enorme plato de makluba.

 La preparación del makluba (malubi en dialecto) se convierte en toda una ceremonia. La palabra maqluba deriva del verbo qalaba, que significa “volcar”. Consiste en un plato de arroz y berenjena, con almendras, piñones, carne picada y pollo. La carne se coloca debajo de la olla (pollo o ternera o las dos cosas) y después se pone el arroz con los piñones y la berenjena ya hecha. Cuando se vuelca en el plato (como hacemos con la tortilla de patatas), la carne queda por tanto encima del arroz. El aspecto del plato queda espectacular. Luego, mi tía espolvorea la carne picada y las almendras previamente fritas en la sartén.

Comenzar a comer se convierte en una competición donde gana quien más comida pone en mi plato. Yo por inercia muevo la mano para protegerlo de la invasión y utilizo la fórmula que mi primo me enseñó: Daimi, daimi, sukran, alhamdulilah.

Mi primo y su hermana son los grandes ausentes del día. Dejan un vacío similar al hijo que se ausenta por Navidad. Toda la familia los echa de menos. Mi tía decide llamarlos al terminar de comer, pero ninguno de los dos coge el teléfono. Posiblemente las líneas estén colapsadas por motivo de las fiestas. Ambos deben estar celebrando el e3id juntos en Dubai, ya que el marido de mi prima ha ido a peregrinar a la Meca.

Para endulzar la morriña, nos hacemos un té de babuneg natural (manzanilla) y comemos dulces. Durante las fiestas, es tan común que sirvan dulces en todas las casas a las que acudo que me he convertido en especialista. En la foto que podéis ver a continuación, encontrareis dos de los dulces mas característicos : el mabruma (este suele ser más grande) o también conocido por u3x albulbul (es el que aparece en primer plano) y luego detrás a la derecha está el kul wa axkr, relleno de pistachos (fustuq 7labi) y cocinado con harina y azúcar.

En la foto siguiente, podéis contemplar otros dulces que probé aquel día como el 7lawa al jubni , hecho con pistachos envueltos en una masa fabricada con queso y un poco de arroz. El plato mas alejado es gelatina de fresa con trozos de manzana.

Después de tan exquisito manjar y excelente compañía, es difícil estar triste. Sobre todo si puedes contar anécdotas a tu prima en árabe sobre tu antigua compañera de piso y verla partirse de risa. Una hora después, se presenta el prometido de mi prima y ambos me llevan a casa de otra prima, donde me espera otra reunión llena de familiares que saludar. Cuando me voy a la cama, temo soñar con la versión de mi misma después de las fiestas, es decir, tan gorda que no quepa en el avión de vuelta a Madrid.

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Por la parte de Hala

Mi nueva compañera de piso se llama Hala y es de Alepo. Hace gala de una coquetería que ni la mismísima Nancy Ajram. Incluso estando enferma es capaz sin pudores de pasarse media hora ante el espejo para marcharse directa al hospital.

El día que la entrevisté en mi casa, vino acompañado de un amigo de mi padre. Por las referencias que tenía del amigo y de su familia, me hice a la idea de que la muchacha en cuestión sería por lo menos una chica conservadora, que vendría a estudiar a Homs durante toda la semana y que quizá se volviese a Alepo para pasar el fín de semana. Me sorprende enterarme después que sólo tiene clases los viernes y los sábados y que prácticamente el resto de la semana se vuelve a su casa. Para cuando me entero, Hala ya se ha instalado en mi casa y tiene totalmente allanado el camino para conquistarme. Y no es porque de pronto me decidiese a salir del armario, lo que quiero decir es que mis circunstancias emocionales estaban en esos momentos bastante bajas y su compañía me hacía falta. Llevaba casi un mes viajando de un lado para el otro, pasando el día en mi casa o en la universidad y pernoctando en casa de mi prima Lara. La situación me tenía agotada y necesitaba desesperadamente encontrar a alguien.

Hala no me cayó bien el primer día porque, aparte de que me comunicó en el mismo momento de la entrevista que no tenía otro lugar donde pasar la noche, me disgustó que me considerase una niña que no  toma aún sus propias decisiones. Todo esto porque le había dicho que ya que se quería quedar en mi casa a dormir aquella noche (y puesto que eran mayoría porque el amigo de mi padre, más que amigo de él parecía el padre de ella, insistió en que nada tenía de malo en que se instalara), les advertí de que había sido petición de mis padres que antes de empezar a vivir conmigo, toda compañera de piso debería conocer primero a mi familia, en concreto a Lara.

A si que se sintieron en la obligación de visitar a mi prima el mismo día para que diese el visto bueno. Por un momento pensé que mi prima, que dispone de un radar especial capaz de captar el menor atisbo de vulgaridad desarrollado durante años dedicados a las relaciones sociales, reaccionaría instintivamente y que por lo menos yo reconocería una señal de duda en su rostro. Pero Lara, que tenía media hora después una boda a la que acudir, sólo me dijo para consolarme “dale de prueba una semana”.

A si que volvimos en coche los tres, ellos tan contentos y yo tan desdichada. En primer lugar, Hala ya se había tomado la confianza de criticar mi poder de decisión con un comentario del tipo “Siempre haces lo que dicen tus padres?”. En segundo lugar, odiaba entender dialecto para darme cuenta que a la vuelta de la conversación de Hala con mi prima, mi nueva inquilina discutía con el amigo de mi padre por el alquiler que supuestamente debía pagar. Según había pactado yo con mi familia, solo cobraríamos los gastos de la casa que, dejándome aconsejar por mi primo Ali (el de la famosa tienda al lado de mi portal), serían de 2.200 liras, lo que son más o menos 35 euros. Pero Abu George, el amigo de mi padre, defendió que de eso nada, que Hala pagaría lo que gastase y que eso se comprobaría al final del mes con la factura delante. Yo intenté defender mi postura porque al fín y al cabo, yo soy la que lleva la casa. Pero Abu George, con un par de gritos que yo desapruebo, acortó el problema diciendo “Ya hablaré yo con tu padre”.

Asi que cuando Hala se instaló en mi casa (con todas sus expectativas cubiertas), ella (con lo divina que era) se adjudicó el rol del típico hombre que sabe que por mucho  tiempo que pase fuera, siempre tendrá  a alguien esperando cuando vuelva a casa y yo me resigné al rol de la amante-ama de casa que espera a que su marido regrese. No duró mucho tiempo, pero durante unos días ella se fue a Alepo y yo volví a dormir en casa de mi prima Lara. Antes de irse, me había dejado una nota que yo leí de vuelta de la universidad (tuvo la amabilidad de quedarse un día más, aquí los días laborales van de domingo a jueves). Estaba escrita en árabe y en inglés. Me hizo ilusión no tener que leer el reverso para entender en árabe lo que había escrito. Básicamente me decía, que volvería a llamarme a su regreso y que me echaría de menos. Me gustó el detalle de que pintara dibujos de rosas en los bordes, aunque eso demuestre mi teoría sobre su rol y el mío.

Otra experiencia vivida con Hala que acredita mis teorías es la inexplicable tendencia que tenía para lanzarse sobre mi comida en cuanto la colocaba en el plato . Lo más gracioso era que confesaba que no sabía cocinar y estaba a punto de casarse (estaba, porque en el transcurso de los acontecimientos le dio tiempo a dejarle, claro que había encontrado a un amante mejor: a mí).

Por último, Lara llegó con su parecer en el momento más inesperado y me dejó caer que en realidad no le gustaba. A buena hora, mangas verdes! Ya era tarde. O casi. Esperanza apareció en el momento culmen de los acontecimientos, cuando ella también pasaba por lo suyo. Se me ablandó el corazón cuando me dijo que necesitaba un sitio donde descansar tranquila, y pensando en la noche que yo había pasado intentando dormir con el volumen a todo trapo del televisor,  le ofrecí mi casa.

Me encantaría haber podido hacer una foto a Hala en el momento en el que, al entrar por la puerta, descubrió a Esperanza en la cocina. Sobre todo, porque justamente antes me había abrazado efusivamente y me había asegurado que me había echado mucho de menos. Espe y yo habíamos tenido una semana para conocernos (gracias a ella recuperé mi casa por las noches) y para entonces tenía decidido que Hala debería abandonar la casa (por decisión del público-mi familia-, por la de los nuevos inquilinos-Esperanza- y por la del jurado-yo-, sobre todo por ésta última). A si que no tardando mucho ella se dio cuenta de que Esperanza tenía muchas probabilidades de sustituirla. Se sintió abrumada por la situación pero eso no le privó de servirse un pedazo de pollo previamente cocinado por mí. Luego, se fue a su habitación y durmió casi toda la tarde. Por la noche nos comenta  que está enferma y que un amigo la va a llevar al hospital (así, de sopetón y a las 23:30 de la noche).

Esperanza y yo nos preocupamos y decidimos acompañarla, así que bajo corriendo a llamar a mi primo para que coja el coche y nos lleve al hospital. Pero cuando subo, Hala parece discrepar porque ya ha avisado a su amigo para que la lleve y está de camino en taxi. Nosotras la decimos que si está mala lo mejor es ir lo más rápido posible en coche para llegar cuanto antes, pero ella insiste en que no se irá sin él. Esperanza y yo tenemos nuestra primera mirada cómplice que lo dice todo. Cuando bajamos, su amigo está al otro lado de la acera esperándola. Mantenemos una conversación entre todos (mi primo, Hala, su amigo) y decidimos llevarla nosotros finalmente a urgencias.

Su amigo, que no se rinde, nos sigue en taxi. Cuando llegamos al hospital, ella rechaza todos nuestros consejos y espera con determinación a su amigo antes de entrar, lo que nos hace pensar que no debía estar muy enferma (o al menos estaba más preocupada por él que por ella misma cuando todos estábamos básicamente al contrario). Una vez dentro, ella se siente lo suficientemente débil como para apoyarse en él.

Por la cara que debíamos de tener (la preocupación había dado paso al cabreo), nos quiso aliviar diciendo que se pondría bien, que no había de qué preocuparse. Tenía la manía de hablar con Esperanza en inglés, cuando ella siempre aconseja que prefiere en árabe. A si que la nota sarcástica de la noche llegó cuando, después de salir del hospital, Hala dice que se ha olvidado de preguntarle algo a la Doctora y decide volver a entrar en compañía de su amigo y sin la nuestra. Fue la gota que colmó el vaso. A la salida, mientras por fin todos reunidos esperábamos que volviese mi primo a buscarnos (que había hecho bien en marcharse), volvieron ella y su amigo a intentar comunicarse con Esperanza en inglés para calmarla. Pero Esperanza, que estaba muy tranquila porque de pronto encontró la manera de expresar su descontento, la dijo: Yes, of course I understand all what you are saying, and all WHAT YOU ARE.

Ese ALL WHAT YOU ARE era el sello personal de Esperanza. Sobre todo porque yo sabía de antemano que ella sólo hablaba en inglés con las personas que desprecia, porque de alguna forma demuestran la poca consideración que tienen en hablar en ingles cuando ella quiere aprender árabe. A si que cuando empecé a escuchar esas primeras palabras (lo recuerdo todo como si hubiese sido a cámara lenta), sabía que la intervención sería inolvidable.

Al día siguiente, se marchó a la universidad supuestamente para volver al mediodía. Pero antes, la escuché preparar sus cosas por la mañana. Yo me dije en la cama: Ahora o nunca. Me levanté y me hice el desayuno. Le pregunté si había desayunado ya y me dijo que no, que no iba a desayunar. Yo la obligué so pretexto de que estaba enferma (la verdad es que no me gustaba nada lo poco que se cuidaba) y le preparé un té. Ya no quería ser más la ama de casa, sólo quería tener tiempo a solas para comunicarle su expulsión.

Conseguí hacerlo y ya no volvímos a verla hasta la semana siguiente, porque a las 8 de la tarde tuve que llamarla preocupada porque seguía sin regresar a casa y me dijo por teléfono que se había marchado a Alepo sin avisar porque seguía enferma. Esa noche, Esperanza hizo el trabajo sucio: le quito todas las cosas de la habitación y se instaló ella (hay una foto genial que lo rememora  donde Esperanza con risa perversa abre secretamente el armario de Hala) . Yo era buena, había prometido  a Hala que tendría una cama todo el tiempo que precisara hasta encontrar otro sitio, pero no le prometí el cuarto. Ya no quería que abusase mas de mí y Esperanza no iba a quedarse una semana más durmiendo en la litera de arriba cuando había una habitación sin habitar.

A si que Hala volvió creyendo que todo seguiría como antes, y le hubiese tomado otra foto de la cara que se le quedó cuando vió todas sus cosas en el salón. Sólo se quedo una noche más porque, después de aquello, no regresó jamás. El resto de las cosas que dejó, se las llevó el amigo de mi padre, quien quizá de momento sea mi peor enemigo.

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Por la parte del Tio Naim

«De ordinario rehuimos palpar esa pulsación pavorosa que hace de cada instante sincero un menudo corazón transeúnte; nos esforzamos por cobrar seguridad e insensibilizarnos para el dramatismo radical de nuestro destino, vertiendo sobre el la costumbre, el uso, el tópico –todos los cloroformos- « Jose Ortega y Gasset

La celebración de esta noche no es una fiesta singular. Todos los meses del año se organiza una reunión a la que asisten las mujeres de mi familia. La llaman fiesta “circular o rotatoria” porque cada vez se organiza en una casa diferente. Esta noche se celebra en casa de mi Tio Naim.

Cada vez que soy invitada, me invade la sensación de vértigo. En primer lugar, las mujeres se arreglan durante todo el día para asistir a estas fiestas. He sido testigo de cómo mis primas se ponen desde las 9 de la mañana unos rulos que cubren toda su cabeza o como las más jóvenes se rizan el pelo durante horas frente al espejo con tirabuzones imposibles que difícilmente mi pelo podría igualar.

Después de varios intentos con mis rudimentarias herramientas (ellas están surtidas de todo un juego de planchas, piezas desmontables y secadores que guardan en cajas parecidas a las de herramientas), acepto que no tengo ni experiencia ni paciencia en estos menesteres.

En segundo lugar, la vestimenta es fundamental. De vez en cuando, la fiesta requiere su vestido particular. A veces la etiqueta exige que vistas un vestido corto y alegre. Otras en cambio me aconsejan que si guardo en mi armario un vestido largo hasta los pies, lucirá mejor para esa noche. Yo nunca se discernir cuando hay que ponerse cada cual, por tanto me dejo aconsejar por los demás.

Después de superar todas estas pruebas, llega la hora de la verdad. Si ese día he tenido que ir al ciber para entregar el trabajo semanal que hago para la universidad, debo haberme vestido (esta vez con vestido corto) , arreglado y maquillado previamente. Salgo de casa enfundada en mi abait (una bata de tela negra de la cabeza a los pies) para no llamar la atención de los demás. Sin embargo, muchas veces consigo el efecto contrario porque sinceramente, nadie en Homs ha visto nunca una mujer no musulmana (y rubia para colmo) que vaya luciendo por la calle su abait.

Si ir en autobús es toda una aventura en Homs, ir vestida con tacones y con un manto que no te deja caminar bien es una Operación Imposible. Ignorando todas las miradas interrogativas, consigo alcanzar un asiento mientras intento recordar en que parada debía bajarme para llegar a mi cita a tiempo.

Finalmente, llego al portal de mi tío. La música ya resuena entre las paredes del primer piso mientras recojo mi disfraz para subir por las escaleras. Es entonces cuando me doy cuenta que mi abait ha arrastrado toda la suciedad de Homs y se ha instalado en mis pies y en mis zapatos. Cuando abren la puerta y alcanzo el salón al final del pasillo, descubro las increíbles figuras femeninas con sus vestidos brillantes, sus zapatos con plataformas y sus largas pestañas negras. Me disculpo un momento y me dirijo al baño para lavarme los pies. Me siento un poco como Cenicienta, un poco fuera de lugar.

Pero dura poco, enseguida vuelvo a la fiesta con mi mejor sonrisa. No considero el percance como una desventaja. Lo mas probable es que yo haya sido la única que haya ido en autobús a esa fiesta. Es fácil ir tan divina si te llevan en coche!

Después de haber besado a todas (lo que puede durar un minuto) me siento en la única silla que queda libre e intento comunicarme en árabe. Ante la dificultad que presenta hablar el árabe oficial para ellas, intento desenvolverme en dialecto. Pero no suelen estar muy interesadas en entablar conversación conmigo, salvo mis primas mas cercanas. Suena una canción típica damascena y las mas jóvenes se echan a la improvisada pista de baile para mover las caderas rodeadas por las demás mujeres que, sentadas en sus sillas, miran fijamente y de arriba abajo lo que llevan puesto y de paso, sus facultades artísticas para la danza oriental.

Son, estas miradas típicas sirias, las que mas me impresionan de toda la fiesta. Son miradas que parecen que desnudan, como si quisieran desvelar todos los misterios que hay en ti. Miradas especulativas, criticas, alabadoras, reprobadoras, indiferentes, curiosas (las niñitas mas jóvenes), y otras que están a punto de mostrar en los labios una sonrisa maliciosa.

Bailar ante estas miradas es para mi otra prueba de valentía. Mientras beben  el café que yo no suelo tomar porque está muy cargado y charlan sobre asuntos que yo desconozco, lo que me une a ellas en el clima festivo del acontecimiento es exactamente ese baile. No bailar es hacer un desprecio a la anfitriona.

Me levanto de la silla y me pongo a imitar sus movimientos. Como un camaleón que adapta su piel al contorno en el que vive para sobrevivir, yo bailo y me divierto. No muestro reparo alguno en danzar por todo el salón ante las miradas atentas de las asistentes que no pierden ojo de la española. Mientras bailo también miro, miro esas miradas que me estudian y tomo notas mentales de cuales pueden apreciar el esfuerzo que hago y cuales  están pensando “ese vestido es demasiado infantil”.

Terminada la canción, siento que he cumplido y vuelvo a mi asiento. Miro a mi alrededor y hablo con mi prima Yamila.  –Donde está la prima Latifa?- Pregunto curiosa – se supone que están invitadas todas las de la familia. –Ella no suele venir a estas fiestas- Me dice. –Por que?-  Le pregunto. –Por que si vienen no se comunican mucho con los demás y casi siempre que las invitamos no vienen-  La miro y vuelvo a tomar nota mental.

Latifa no viene, no suele venir. Es prima hermana por parte de otro tío. Puedo imaginarme la razón pero no saco conclusiones precipitadas. Llegan los dulces. Suelen ser trozos de tarta de varios sabores o dulces rellenos de pistachos. Como feliz mientras observo bailar a las más pequeñas y escucho hablar a las más mayores. -Te has dado cuenta? Celeste no para ni un momento. Siempre que la invitamos esta ocupada, claro que con sus tres hijos y la farmacia a su cargo… –

Celeste es hija de mi Tio Naim. Es una prima que compagina su vida familiar con su vida laboral. Es dueña de una farmacia a las fueras de Homs. Siempre recuerdo la anécdota que suele contar sobre los primeros años de experiencia en el pueblo donde se ubica la farmacia. –Siempre que llegaba con el coche, los niños del pueblo se reían porque nunca habían visto a una mujer conducir. Ahora ya no se ríen.-

Miro a Celeste gritando esa frase “tae ala hon!” (ven aquí) tan habitual a su hijo menor y sonrió. Pienso que si hay algo positivo en estas fiestas es poder ser testigo de lo que suelen hablar las mujeres. Entre los temas de conversación destacan los platos de comidas, los comentarios sobre una boda celebrada recientemente, sobre futuros trajes de novia, sobre escándalos sociales, sobre novedades o incluso hablar mal sobre alguien.

Se llevan los platos de los dulces y pienso que falta poco para marcharse. Pero entonces veo como las mujeres comienzan a sacar billetes de sus carteras. Yo no entiendo nada y pregunto a Yamila lo que está ocurriendo. –Ahora cada una de nosotras aportamos mil liras (16 euros). El dinero suele llevárselo la persona que ha celebrado la reunión, a condición de que siga pagando todos los meses del año próximo. Es como un préstamo que nos hacemos. Cuando hay una de nosotras que lo necesita urgentemente, se lo cedemos y luego nos lo devuelve poco a poco en futuras reuniones como esta.-

Al principio la idea me pareció fascinante. En mi imaginación, siempre tan ligera, la compare con los microcreditos que se ceden a las mujeres en la India para que ellas mismas gestionen un negocio. Las mujeres de mi familia se ayudan entre s’i! Pero una vez maduro la idea, miro a mi alrededor y me decepciono. De todas las mujeres que había, ninguna necesitaba urgentemente ese dinero. En cambio, conocía mujeres de mi familia que lo necesitaban (cada una con sus circunstancias) y no estaban en esa fiesta. No estaban invitadas.

En Homs, es palpable la brecha entre las clases sociales, entre el rico y el pobre. Hay barrios de ricos y hay barrios de pobres, como en cualquier otro lado. Pero en Siria, donde el 30 por cierto de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el choque visual entre lugares tan extremos es impactante. Quien como yo es invitado a comer en uno y otro lado, puede apreciar ese margen que separa ambas partes de una misma familia.

Sali de casa de mi Tio Naim agradeciendo a su mujer que me invitara. Al fin y al cabo, organizar una fiesta de esas dimensiones, molestarse en comprar dulces, preparar bebidas y comida para todas tiene su trabajo y yo me sentí afortunada de poder ver a tantos miembros de mi familia en tan poco tiempo.

Pero no deje pasar ese pensamiento. Latifa no fue invitada. Fue una fiesta entre miembros mas próximos de mi familia, pero faltaban muchos más.

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Por la parte de Ali

En Homs se disfruta de una segunda primavera durante el mes de octubre. La gente sale a la calle en manga corta y con sandalias porque el sol, reluciente como a primeros de junio, aun provoca transpiración.

Bajo este calor me dirijo a casa tras las clases de árabe en la universidad. Estudio hasta la hora de comer y durante el almuerzo, recibo la llamada de mi primo Ali. Me dice que la estudiante de Hama vendrá a las 14:30 para ver el piso. Son las 14. Dejo la comida en el plato y corro para retirar la sabana que cubre el sofá del salón, limpio algún cristal que otro y me cambio.

La estudiante se llama Safa y viene acompañada de una amiga y de mi primo. Tras ver la casa nos sentamos. Pregunto en árabe de donde es, que estudia, que suele hacer durante el día y si le ha gustado la casa. Al bait yamil (la casa es bonita) -me contesta- y comienza una conversación en dialecto entre ella y mi primo.Por muchos esfuerzos que hago para captar de nuevo su atención, parece que el verdadero dueño de la casa sea mi primo y no yo. Hablan de otras habitaciones en alquiler, de si la casa esta muy lejos o no de la universidad y del precio. Cuando me quiero dar cuenta están saliendo por la puerta todos excepto mi primo, que con un poco de inspiración, decide quedarse un rato para aclararme cuanto dinero pide por la estancia.

Ali, que recientemente ha abierto una tienda de ultramarinos en el mismo edificio donde vivo, me dice que la habitación con derecho a cocina y baño cuesta 6000 liras sin los gastos de manutención. Yo, que no tengo acceso a las facturas porque están en su posesión, insinúo que mis padres dejaron caer que solo fuese la manutención. Sin embargo, insiste en la idea de que una casa conlleva sus gastos. 

Tras la pequeña disputa llamo a mi padre no para que solucione nada, sino para desahogarme. Esta comprando la comida y no tiene mucho tiempo para hablarme.  Me dice que me llama luego. Estoy enfadada, pero me lo tomo con ironía y con distancia. Bajo y giro por la parte de Ali, es decir, hacia su tienda que esta a la derecha del portal. Nos sentamos.

Si Ali, trae un te (que esto va para largo, pienso). Estamos sentados en su tienda. Yo delante y el detrás del mostrador. Son las 16 de la tarde y debería estar estudiando. Charlamos. El me explica por que pide esa cantidad y yo le escucho con atención. Quiero hablar pero me mira con seriedad y me dice: espera, escucha, déjame decirte que… Su dialecto me distrae. Sonrio para mis adentros recordando la mueca cómica de una prima confesándome que ni ella misma lo entiende. Yo le digo Claro,claro, entiendo a todo pero he dejado de escucharlo. Mi mente, interesada en los detalles como el mismisimo Proust, presta atención a sus ademanes, a su forma de expresarse y de convencimiento. Protagonista indiscutible por su desparpajo y picardia, logra engatusar al mas susceptible de los seres.

Se va a por el te y lo que deposita frente a mi parece un café negro como el carbón. Le doy un voto de confianza hasta probarlo pero no me da tiempo. Ali se empieza a destornillar de la risa y pienso: Oh si, debe ser un café. La situación es tan delirante que me río con el. Me explica que no tiene te. Yo me pregunto que si no tiene te por que me lo ofrece. El intenta explicar que tenia pero que alguien se lo ha llevado.

Miro hacia la calle para tomar el fresco antes de probar el café amargo. Bien, por lo menos es bebible. Seguimos hablando. La gente pasa por la calle y Ali se lamenta de que no entren clientes. Yo no entiendo por que.

Antes de irme, quiere hacerme un regalo. Echa un vistazo a su tienda en busca de algo que sirva como garantía de fidelidad a mi persona. Yo no se si llamarlo soborno o no. En mi cabeza no tarda en aparecer otra imagen, la de mi madre, que con gesto autoritario me recuerda que debo amoldarme a la familia y me repite las mismas frases que podrían resumirse de esta manera: Se independiente pero no lo aparentes.

Yo sonrío y le digo amablemente que no necesito nada, pero insiste y acabo cediendo. Me pide el móvil y cuando lo tiene en la mano, lo mira con ansia recordándome otra vez que no ha podido liberar el móvil que le regalo mi padre. Introduce en mi telefono un accesorio cargador-linterna para enseñarme como funciona. Pero el aparato, simplemente, no carga mas que su propia luz. Me mira apurado pero ya he logrado convencerlo de que mejor para otro momento. El se vuelve a reír y yo salgo huyendo sin saber quien ha convencido a quien.

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Un dia de mis dias

Homs se protege de las miradas ajenas bajo un disfraz de calles sucias y edificios desteñidos. Es un caleidoscopio, como adelantaba, que prefiere ocultar las mejores formas de su interior para quien se dedica a buscarlas.

El cielo gris ceniza sirve de fondo a unas palomas traviesas que juegan a perseguirse a si mismas y que, dando vueltas sobre quien las domina, forman parte del escenario cotidiano de la ciudad.

Coger el autobús es toda una aventura. Me apresuro hacia la puerta esquivando a un grupo de mujeres empeñadas en entrar las primeras, ignoro las miradas curiosas que me estudian mientras entrego el dinero al conductor (siete liras sirias no llegan a ser 5 centimos de euro) y mantengo el equilibrio mientras el autobús que acaba de arrancar pita al niño en bicicleta que tiene delante para no atropellarlo. Un joven me cede su asiento y se lo agradezco.

Voy cargada de bolsas a casa de mi prima Nivin donde duermo desde que mis padres volvieron a Madrid. Transporto conmigo un poco de todo: fruta, restos de almuerzo, pasta de dientes y el pijama de invierno.

Empieza a hacer frío. Mi prima ha colocado ya la manta que me arropa por las noches en mi cama y que me ayuda a dormir mas profundamente cuando todos los integrantes de la casa deciden que ha llegado la hora de acostarse.

En mi cama, bajo el ruido de los mosquitos que auguran noche de insomnio, termino pensando en todo lo que me rodea y que hacen que vivir en Homs merezca la pena. Esos detalles ínfimos como el olor del jazmín al alba, entender los versos de Darwish, conversar al anochecer en árabe sobre como cocinar una tortilla de patatas y ser testigo del día a día de un país tan lejano al mio, pero de ninguna manera ajeno.

La poesía de Al Andalus se enseña en las universidades y mi maestro, el Doctor Jaldum, introduce en sus clases algún verso siempre que puede. Este sirio de padres palestinos es un apasionado como yo de Darwish y nuestro mutuo amor hacia el difunto poeta de la resistencia nos ha unido mucho. Espero cumplir la mayor parte de sus expectativas.

Dulces sueños o tesbaj ala aljer.

 

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El caleidoscopio

El reloj nuevo de Homs, simbolo de la ciudad

Bienvenidos a Homs, la tercera ciudad mas grande de Siria con 1.033.000 habitantes. Bienvenidos a un mundo repleto de contrastes, de olores y de sabores. Nada de lo que parece es exactamente lo que es. Siria es como un gran caleidoscopio, todo depende de hacia donde decidas mirar.

En esta ciudad lo moderno y lo tradicional se mezclan en escenarios casi imposibles. En ambos extremos de una calle conviven tiendas locales y centros comerciales,  escaparates con ropa moderna  y abayas que tapan a las mujeres y coches de gama alta aparcados frente a casas modestas.

El olor de los contenedores de basura queda camuflado bajo el olor del jazmin, del cafe arabe y del pan recien hecho. En las aceras conviven jovenes a la ultima moda y hombres con sus tunicas blancas, mujeres con escotes y mujeres cubiertas, ninhos con sus pistolas de juguete y ninhas con sus calcetines de tutu bajo sus zapatos de charol.

La mezquita de Khaled Ibn Al-Walid, el guerrero que introdujo la religión islámica en Siria en 636 d. C.

De momento, sigo resolviendo las primeras dificultades. Ya tengo mi casa completa, han terminado las fiestas y manhana comienzo las clases de arabe en un centro privado de ensenhanza. Tambi’en me matriculo en el centro cultural de Homs donde  existen cursos para mejorar el uso de la lengua. En el proximo post hablar’e del 3id al ftur y colgar’e mas fotos. Ahora mismo debo volver a casa porque todav’ia nos quedan mas visitas  (en estas fiestas es costumbre visitar a toda la familia y como somos tantos esto parece «La historia interminable»).

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La máquina del tiempo

El día que cumplí once años me hicieron uno de los mejores regalos de mi vida: un diario. Gracias a él hoy puedo saber cómo pensaba cuando tenía 11, 12, 13 y 14 años.  Os aseguro una cosa: nunca vais a encontrar más faltas de ortografía congregadas. Tantas que me expulsarían de cualquier periódico que se precie. Resulta conmovedor, sin embargo, el ansia de contarlo todo, de escribir todo lo que me pasaba por la cabeza como un libro abierto al estilo Marcel Proust.

 Amores, envidias, celos, traiciones, alegrías, tristezas… fueron años conflictivos y de sentimientos encontrados. Cada vez que sentía rabia o desesperación, o simplemente estaba feliz, lo escribía. Y ahora puedo recordar con nitidez la desazón de los primeros desamores, el júbilo al sentirme querida o la desesperación del abandono.

 Algo ha estado siempre presente en mi vida. En forma de diario, carta o blog, escribir es mi forma de inhibirme del presente para viajar al futuro, es decir, para ayudar a ese futuro yo que vendrá y recordarle lo vivido. Es mi particular máquina del tiempo.

 Mi futuro yo –tal y como me cuentan- recordará su viaje a Siria releyendo este blog y pensará: “Ha merecido la pena”.

 Pues eso espero Lord.

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